martes, 14 de enero de 2014

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 5

'El reinado de los huérfanos', una novela de Xavier Cristóbal - Capítulo 5

EL DÍA QUE CAMBIÓ TODO








Madrid (España), 31 de julio de 1908. 

            Aquella mañana una espesa niebla se había apoderado de buena parte de la ciudad. Los animales presentían que algo extraño iba a ocurrir. Las palomas, las golondrinas, los jilgueros y toda clase de pájaros se resistían a abandonar sus nidos. Las ratas también decidieron no salir de sus madrigueras y no por miedo a los felinos. Los gatos se encogían y se escondían dentro de sus mantas o agujeros donde habían dormido por la noche. Sus bigotes y pelaje estaban erizados presintiendo algo terrible. Sus ojos penetrantes escudriñaban las entrañas de la espesa niebla que lo tapaban todo pero sin resultado alguno. Los perros miraban nerviosamente a través de las ventanas pero ninguno ladraba. Aquella mañana ni los gallos habían cantado anunciando el amanecer. La ciudad permanecía en silencio mientras la espesa niebla avanzaba sigilosamente por las calles.
            Ajenos a los inquietantes presentimientos del reino animal, dos hombres desayunaban en la cafetería del hotel Rusia. Uno de ellos se llamaba Fructuós Gelabert y el otro se llamaba Segundo de Chomón. Una maleta estrecha y alargada estaba depositada en el suelo, al lado de la silla de Fructuós. Los dos tomaban chocolate con churros mientras mantenían una agradable conversación matinal y leían atentamente una edición del diario ABC. Un camarero, detrás de la barra, limpiaba los vasos con un paño blanco.
            -Hoy no dan ninguna película nueva. Mejor. Así tendremos la tarde libre para rodar –dijo Fructuós.
           -Veo que siempre comienzas a leer el diario por el final –le dijo Segundo.
            -¿Acaso no son más interesantes de leer las noticias de cultura que las de política o internacional?
            Segundo asintió sonriendo mientras cogía un churro, lo untaba exquisitamente en el tazón de chocolate y le daba un delicioso mordisco. Segundo volvió a centrar su mirada en su diario, que tenía abierto por la sección de internacional.
            -¿Crees en el destino?
            -¿Por qué lo preguntas? –quiso saber Fructuós, que seguía leyendo atentamente el diario.
           -Míranos a nosotros. En mil ochocientos noventa y seis los dos estábamos en París y vimos la película del regador regado de los Lumière. Hasta es posible que coincidiéramos en la misma sesión.
            -Cierto. Recuerdo que tenía veintidós años cuando la vi. Me  impresionó tanto aquel invento que aquel día decidí que dedicaría mi vida al cine –explicó Fructuós, muy entusiasmado.
            -Resulta irónico que tiempo después los hermanos Lumière llegasen a decir de su propio cinematógrafo que el cine era una invención sin ningún futuro -comentó Segundo, mientras daba otro mordisco a su churro untado en delicioso chocolate.
            -Tenían poca fe en su propio invento. Una lástima… ¿Qué decías de creer en el destino? –Fructuós le invitó a recuperar el hilo de la conversación.
            -El destino… pues que los dos casi coincidimos viendo una película en París… Nos apasiona el cine… Tú te construiste tu propia cámara y rodaste una película a la que titulaste Choque de dos trasatlánticos. Yo también me construí mi propia cámara cinematográfica y rodé una película a la que titulé Choque de trenes –Segundo hablaba con gran convencimiento en su discurso-. Nos conocimos en Barcelona, durante el estreno de mi película El heredero de casa Pruna.
           -Que yo te reconocí luego que me inspiró para mi siguiente película, Los guapos de la vaquería del parque –le interrumpió Fructuós.
            -Sí. Tú reconociste haberla imitado y haber cambiado las mujeres por hombres en tu película –le interrumpió Segundo.
            -Cierto. Luego tú rodaste Los guapos del parque que era una versión de mis guapos.
            -Pero la hice porque Macaya y Marro me lo pidieron –se justificó Segundo.
            -Cierto. No te podías negar a la Hispano Films. Pagan bien –reconoció Fructuós-… Conclusión. Aparte de conocernos, ¿qué más ha hecho el destino por nosotros? A ti te gusta hacer chocar trenes y a mí trasatlánticos –sentenció Fructuós.
            -Que pragmático eres –le dijo Segundo, muy rotundo.
            -Sí, lo soy. Lo reconozco –le replicó Fructuós-. Míranos a dónde nos ha conducido el destino. Estamos aquí en Madrid, tomando un buen chocolate con churros y hablando de nuestros próximos proyectos. Tú, trabajando para la Pathé Frères y rivalizando con las películas de Méliès. Yo, trabajando en Barcelona porque he rechazado una oferta para irme a trabajar con la Edison a América.            -¿Y te quejas?
           -No… aunque pareciera que estaba refunfuñando no me estaba quejando… Sinceramente, creo que los dos estamos somos unos afortunados pues disfrutamos de nuestro trabajo.
            -Si tuviera una copa de vino a mano brindaría por ello –dijo Segundo, alegremente.
            -Si quieres podemos pedirla.
           -¿A estas horas?
           -Cualquier hora es buena para brindar con vino –le contestó Fructuós.       Segundo asintió y volvió a centrar su mirada en el diario. Fructuós hizo lo mismo. Los dos estuvieron leyendo en silencio casi diez minutos. Algo inaudito para ellos.
           -He encontrado una noticia de la que podríamos hacer una buena película- interrumpió Fructuós.
            -Yo también –dijo Segundo.
            -Tú primero.
            -No. Tú, primero, por favor –le rogó Fructuós.
            -Está bien. Yo primero. Me he dado cuenta de que este mes apenas he prestado atención a mis escasas lecturas del diario. He leído que en las últimas semanas se han producido unas extrañas apariciones y desapariciones por casi todos los países del mundo. Dicen que, aproximadamente, unos quinientos chicos y chicas aparecen y desaparecen a la velocidad del relámpago. En muy pocas ocasiones se les ha oído hablar entre ellos pero algunos testigos dicen que creen haberles oído hablar en arameo. Se ve que han aparecido en mil lugares diferentes, miran alrededor suyo y desaparecen. La prensa ha bautizado este fenómeno como
            -El mes de los fantasmas –le interrumpió Fructuós-. Lo sé. Yo también he estado leyendo lo mismo pero en las noticias de aquí. Esos muchachos se han dejado ver en Barcelona, Valencia, Bilbao, Madrid, Sevilla y muchos pueblos. Dicen que ayer fue el primer día de este último mes en el que no se produjo ninguna aparición de estos chicos.
            Fructuós y Segundo hicieron una pausa y dieron un mordisco a sus respectivos churros untados de chocolate.
            -¿Qué película harías sobre esta noticia? –preguntó Segundo.
            -Yo haría una en la que estos chicos y chicas apareciesen misteriosamente dentro de un cuartel del ejército en medio de la noche. Despertarían a todos los soldados y éstos los perseguirían por todos los lados. Nunca los cogerían porque los chicos no pararían de aparecer y desaparecer… ¿Y tú? ¿Cómo sería tu película?
            -Mmm… En mi película esos chicos y chicas aparecerían en un castillo y allí serían sorprendidos por unos gigantes que también aparecerían y desaparecerían como ellos. Los chicos se asustarían al ver los gigantes y huirían, apareciendo y desapareciendo por todo el castillo. Al final, los chicos y los gigantes aparecerían y se caerían al suelo agotados de cansancio. Entonces aparecería un mago que organizaría un boda entre un gigante y una muchacha y entre un muchacho y una giganta.
            Segundo permaneció en segundo a la espera de la respuesta de su compañero.
            -Iré a verla –dijo Fructuós, finalmente.
            Segundo sonrió. En ese instante oyeron varios disparos y cañonazos a lo lejos. Los dos se giraron instintivamente hacia la ventana. El camarero dejó de limpiar y también miró en la misma dirección. Durante unos segundos nadie habló. Volvieron a oírse más disparos y cañonazos pero esta vez más cerca. Fructuós y Segundo miraron al camarero que se encogió de hombros y arqueó los ojos. Los sonidos de disparos y cañonazos aumentaron de intensidad. Fructuós se agachó para coger su maleta.
            -Coge tu cámara. Una película nos espera ahí fuera –dijo Fructuós, con una mezcla de entusiasmo, temor y excitación.
            -La he dejado en la habitación –dijo Segundo.
            -¡Nunca salgas sin tu cámara! ¡Sígueme! –le gritó Fructuós.

            Segundo ayudó a Fructuós a transportar la maleta larga y estrecha hasta el exterior del hotel. La depositaron con cuidado en el suelo. No había nadie en la calle. Sólo una espesa niebla que apenas dejaba ver los edificios más cercanos. Los disparos y cañonazos ahora se vieron acompañados de algunos gritos de personas. Fructuós y Segundo se miraron un instante y entonces tuvieron muy claro lo que iban a hacer. Abrieron la maleta y comenzaron a montar las diferentes piezas de la cámara que Fructuós se había construido unos años atrás. Los disparos y los cañonazos comenzaron a sonar demasiado cerca. Fructuós ya estaba dando vueltas a la manivela y rodando. Segundo había revisado la óptica de la cámara y que el trípode estuviera bien colocado. La cámara apuntaba hacia una calle de donde parecían provenir los disparos, cañonazos y gritos. De repente, entre la niebla surgió un camión militar por los aires que se estrelló contra un edificio, a escasos veinte metros de dónde estaban ellos. Los dos cineastas no se inmutaron y siguieron atentos a su trabajo. Varios soldados aparecieron por la misma calle por donde aquel camión había sido lanzado por los aires. Se giraron y siguieron disparando, aterrorizados. Un soldado, lanzado velozmente por los aires, los arrastró consigo y todos se estrellaron contra una pared. Todos murieron al instante. Segundos después, varios soldados comenzaron a caer del cielo y todos morían como consecuencia del impacto. El sonido de los gritos mientras caían y de cómo se quebraban los huesos al estrellarse contra el suelo era estremecedor. Segundo se santiguó mientras Fructuós seguía dando vueltas a la manivela, aunque sudoroso y con un nudo en el estómago. En ese instante otro tanque caía del cielo. Segundo lo vio justo a tiempo para agarrar la chaqueta de Fructuós y estirar de ella con todas sus fuerzas. Los dos cayeron con violencia al suelo. La cámara cinematográfica también cayó al suelo y su óptica vio cómo un tanque le caía del cielo y la aplastaba.

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